Este era el nombre que, con cierta sorna, los madrileños daban a la
Gran Vía (oficialmente rebautizada como Avenida de la Unión Soviética) por la gran cantidad de bombas que en ella caían. También se la llamo
Avenida del 15 y Medio, por ser de
este calibre dichos obuses.
Las baterías nacionales trataban de hacer blanco desde el
Cerro Garabitas en la Casa Campo, y el objetivo era el
Edificio de la Telefónica, cuyas plantas superiores se utilizaban como
puesto de observación para la artillería republicana. En las inferiores se encontraba la oficina de prensa, y los sótanos albergaban a un gran número de desplazados sin techo.
Los bombardeos empezaban con el
Lechero, que era el primer
obús de la mañana y concentraban el fuego en las horas en que la Gran Vía estaba más concurrida, a la entrada o salida de los cines.
Lejos de amilanarse,
los madrileños se fueron acostumbrando y algunos veían esto como un espectáculo. De hecho, los había que venían de los barrios extremos, se refugiaban en el lado sur, que se consideraba más seguro, y esperaban llevarse algún trozo de metralla, aún caliente, como recuerdo.
Arturo Barea, tabajaba en el Edificio de la Telefónica, y se alojaba en el otro lado de la calle (un obus destrozó su habitación), por lo que es
testigo de aquellos hechos, que son narrados de forma excepcional en
La Forja de un Rebelde (La Llama).
Si no lo habéis leído, no perdáis más tiempo en este blog y
corred a la librería a comprar un ejemplar. Lo primero es lo primero.