José María Gárate en su libro Mil días de fuego, cuenta el sofoco que tenía uno de sus soldados al recibir una carta y enterarse de que iba a ser padre a pesar de llevar 10 meses en el frente.
Se trataba de Jesús, el cocinero, que nervioso y titubeante se acerca al teniente Gárate para pedir un permiso al que cree tener derecho. Se muerde las uñas y no puede estarse quieto. Debe ser grave el asunto.
- Mi teniente, dice casi llorando, yo quería hablarle de un asunto mío, porque creo que tengo derecho a que me den permiso para arreglarlo.
Y dice casi llorando.
Trae una carta en la mano y resulta que su mujer le dice en ella que va a ser madre para enero o así, que a lo mejor los Reyes le traerán un hermoso niño…
- Encima con recochineo… Y yo que no la he visto desde hace diez meses…
Lo malo es que su mujer es una santa y él pondría las manos en el fuego por ella. Ahora llora de verdad.
- Trae la carta.
No dice nada de eso. Habla de la vaca preñada y la ventana rota de la cuadra y de su cunada que sale con un mozo.
Como Jesús es analfabeto, se la dio a leer a unos bromistas y para qué quisieron más, le leyeron lo que no pone.
El pobre Jesús les interrumpía:
- Pero si no puede ser…
Y contaba con los dedos.
- Pues aquí lo dice bien claro, te lo voy a leer otra vez.
Se lo habían leído despacito tres veces. Y el buen Jesús se mordía los puños.
Como dice el refrán: “Cuando el diablo no tiene nada que hacer, mata moscas con el rabo”. Y aquí el diablo eran sus compañeros.
Supongo que, siendo Jesús el cocinero de la compañía, tendría a media ración de rancho durante tres meses a los bromistas.
¿Qué menos que eso?
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